Por Leonardo Zaleta

Cronista de la ciudad

Cuando le hice saber a Norma el proyecto de organizar un encuentro de grupos de teatro, se entusiasmó. Era la directora del taller de teatro en el Centro de Integración Familiar de Pemex en esta ciudad. Había realizado sus estudios profesionales en el Instituto Andrés Soler, el Centro Nacional de Artes Teatrales del INBA, y cursó Metodología de la actuación en el IVEC.

En Poza Rica varios grupos cultivaban arduamente las artes escénicas. Nuestro propósito fue: alentar a los escritores, directores y actores que con exiguos recursos producen sus montajes, y complacen al público.

Comenzamos a arrastrar el lápiz y enlistamos a los posibles participantes. Ampliamos la cobertura integrando otros de la región. El proyecto fue aterrizando. Decidimos incluir disertaciones de algunos ponentes con experiencia en el quehacer teatral.

En el IVEC localicé a mi amigo Antonio Argudín Del Rivero, joven narrador radicado en Veracruz, autor de la obra “Ríos que vienen del mar”. Dos años hacía que la Editora del Gobierno del Estado había publicado su libro “Teatro”, que contiene las obras “La serpiente codiciosa, Las manzanas, Sueldo según capacidades, Mictlán, Las peripecias de un costal, Cypris, El más hermoso galán, y La sirena Azul, con un espléndido prólogo de Emilio Carballido.

Norma, ya había montado en escena La libélula soñadora, El país sin risa, El mago de Oz, El príncipe feliz, La bella durmiente, Qué Plantón, El diluvio que viene, El Juglarón, de León Felipe, y otras piezas teatrales. Coincidimos en que el evento llevara el nombre de un personaje, actor, director o dramaturgo. De preferencia veracruzano, puntualicé. De inmediato invoqué el de  Emilio Carballido.

En 1970, escribía mi tesis para presentar el examen profesional en la facultad de Derecho de la UNAM. Mi amigo Ricardo Vázquez Olivares, columnista del periódico Novedades cubría la campaña política de Luis Echeverría. Con gran desprendimiento me ofreció su departamento en la calle de Tapachula de la colonia Roma. “El departamento de arriba lo ocupó Emilio Carballido. Se fue hace como tres años a San Pedro de los Pinos”, me dijo como referencia. En la Universidad vi la farsa “Silencio pollos pelones… ya les van a echar su maíz”, protesta política incontestable y amena (ubicada en Veracruz), rememoré ufano.

Con ese endeble recuerdo, me animé a conseguir su número telefónico en la oficina a la que pertenecía. Una de las empleadas con quien tenía frecuente comunicación trató se disuadirme con una advertencia: Te va a mandar al diablo.

Le llamé. Después de presentarme como titular de la Coordinación de Servicios Sociales y Culturales de Pemex en Poza Rica, le comenté que organizaba un encuentro de teatro con grupos de la región, y le pedí su autorización para que el evento llevara su nombre.

Me preguntó sobre el escenario y le respondí que el Teatro Social tenía un aforo de1200 butacas, foso, y había sido construido en 1947. Hasta este momento he invitado a cinco grupos de Poza Rica pero están pendientes cuatro de Tuxpan, Papantla, Gutiérrez Zamora y Martínez de la Torre, le dije. La entrada va a ser libre. Aceptó gustoso. Quedé de volver a llamarle para informarle los avances. Carballido no era el ogro que me habían pintado, como gente de mérito me atendió con  cortesía.

Nacido en la ciudad de los 30 caballeros en 1925, fue hijo del oaxaqueño Panchito, el viejo maquinista del tren El Huatusquito que hizo el recorrido  de Coscomatepec a Córdoba entre 1907 y 1950. Cuando se rompió el lazo matrimonial, Amalia Fentanes con sus hijos Francisco y Emilio se fue a la ciudad de México avecindándose en el céntrico Barrio de Santo Domingo. Emilio estudió arte dramático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Finalmente, los grupos de aficionados al arte dramático que aceptaron participar fueron: CIFA, Oro Negro, Secundaria Ricardo Flores Magón, Secundaria Salvador Díaz Mirón, La Barraca del CBTIs, todos ellos de Poza Rica. Comedia Andante de Papantla, “Alejandro Cerisola” de Gutiérrez Zamora y el Grupo de Martínez de la Torre.

El recinto para la inauguración fue gentileza del dirigente petrolero local, Calixto Javier Rivera Díaz. Las siguientes funciones tendrían como escenario los auditorios de Pemex  y el Deportivo Petrolero, espacio éste pequeño pero con buena acústica, construido junto al Salón San Andrés. Las fechas tentativas fueron septiembre y octubre de 1996.

Cuando volví a llamar a Emilio y supo de la invitación que le hice a Toño Argudín, me pidió que me comunicara con su primo el director de teatro Dagoberto Guillaumín Fentanes, en Xalapa, y que lo invitara. Me proporcionó su número. El director de teatro de la Universidad Veracruzana podría participar con una charla interesante y amena. Aceptó complacido.

En 1966, había dirigido con gran acierto en la ciudad de México la obra “Yo también hablo de la rosa” de Emilio, estrenada en el Teatro Jiménez Rueda, con las actuaciones de Angelina Peláez, José Alonso, Sergio Jiménez, y Socorro Avelar. La escenografía fue de Guillermo Barclay y la coreografía de Guillermina Bravo. El público la catalogó como una obra excelente, y la crítica reconoció a Emilio como uno de los más consistentes dramaturgos del país.

Dagoberto con su grupo “El Teatro Andante”, apenas el pasado mes de julio, presentó en seis ciudades del norte veracruzano (incluyendo Poza Rica el día 19), el espectáculo “Amor es…”, tres obras en un acto de Carballido (Es una luna, La medalla y Las exhortaciones de San Pablo), con el patrocinio del gobierno estatal, la SEC y el IVEC. Espectáculo, que incluyó al final de la función un diálogo con los espectadores de educación media y público en general. Éxito rotundo.

Sin advertirlo, el evento ya tenía las dimensiones de un homenaje al dramaturgo y narrador veracruzano de más renombre a nivel nacional. Procuraba mantenerlo al corriente de todos los avances.

Le comenté que Norma Irene Martínez, directora del grupo del CIFA estaba preparado su monólogo “Selaginela” para la inauguración, y le di la fecha de inauguración: viernes 13 de septiembre. Nada se interpuso.

Volví a reiterarle la invitación para que nos acompañara a los eventos, y para mi complacencia me dijo: Me gustaría estar con ustedes y leerles un sainete  titulado “Matrimonio, mortaja y a quién le baja”. Eso me parece magnífico, fue mi comentario. Si me lo hubieran pronosticado no lo hubiera creído. Fue escrito por Emilio en 1989, y editado por la Universidad Veracruzana, recientemente, en enero de 1996, junto con el sainete “Las Bodas de San Isidro”.

Acometimos la promoción del evento que habría de conjuntar la comedia y la tragedia en el escenario. Recurrimos a invitaciones, carteles, perifoneo, llamadas telefónicas, noticieros y rueda de prensa. No se habían popularizado las redes sociales. La noticia: ¡Emilio Carballido en Poza Rica! Cuando se supo en Xalapa los conocedores estaban intrigados y yo diría que envidiosos o algo parecido.

Ese viernes, llegó acompañado del joven dramaturgo Adrián Sotomayor. Descansó y a la hora de la actuación fuimos por él. Salió del hotel con un traje negro y corbata azul marino con líneas horizontales claras. Atravesamos la calle y desde que puso un pie en la sala el público se volcó en aplausos. Saludó a los que le tendían la mano y subió al escenario. En la breve alocución no me atreví a hacer un inventario de sus virtudes o de su obra, simplemente le hice saber que era un privilegio tenerlo entre nosotros. Bajé del foro en tanto se acomodaba la mampara, una cama, un buró y una silla, que era toda la escenografía. Después, se iluminó el foro y comenzó la magia teatral.

Cuando salió a escena Karla Paola Reyes García personificando a “Selaginela”, las porras de los otros grupos profirieron gritos y chiflidos agresivos. El bullicio era ensordecedor. No la dejaban actuar. Hasta que con admirable entereza comenzó el monólogo. Su voz sonora paulatinamente fue apaciguando el alboroto. Al finalizar, el público le dedicó una estruendosa ovación.

Y vino el momento estelar: “Matrimonio y mortaja y a quién le baja”, en que el afamado cordobés recrea el aforismo español “Matrimonio y mortaja del cielo baja” (pero en este caso, ambas el mismo día). Leyó sentado haciendo alarde de dicción, modulación, acento y ritmo. Hablaba divertido, gesticulaba y manoteaba con moderación. Fingía voces. Hacía pausas. El público disfrutó y se divirtió con el sainete hilarante y delicioso. Norma y yo lo flanqueamos en la mesa.

(CONTINUARÁ).