Poza Rica, Ver. (Vanguardia de Veracruz).-Desde una perspectiva histórica, Javier Mayagoitia Ramírez es el baluarte de la pintura y escultura en Poza Rica, es el creador del Parque “Cuauhtémoc” en la modesta congregación de Poza de Cuero.

Llegó en 1951 con un cúmulo de planes y proyectos en las filas de la Misión Cultural Especial No. 3 (SEP) que enseñaba artes y oficios, bajo la dirección del profesor Miguel Ferrando Valenzuela.

José Vasconcelos, secretario de Educación en el gabinete de Obregón enmendó la estructura educativa y cultural del país, Fundó Misiones Culturales, llevó bibliotecas a los pueblos; dio impulso al muralismo en 1922, encabezado por Orozco, Rivera y Siqueiros, reforzados por: Rufino Tamayo, Gerardo Murillo, Fermín Revueltas, Gabriel Fernández Ledezma, Ramón Alba de la Canal, Pablo O´Higgins, Fernando Leal, Xavier Guerrero y otros. Los pintores contaron en espacios del dominio público la historia de México, eran agentes sociales de la transformación.

Don Javier (1911-2001), amigo de Diego, abrazó la tendencia emanada de las luchas revolucionarias y su identificó con las clases desprotegidas. Talentoso y combativo, fincó sus raíces en la memoria histórica del pueblo, en los ecos de sus epopeyas y sus ideales; avistó los riesgos del hombre en esta era contradictoria, y aspiró a impedir una mueva hecatombe sustentada en acciones pacíficas y civilizadas.

En la vieja plaza donde se celebraba el tianguis dominguero, proyectó y construyó una cancha de basquetbol, un teatro al aire libre, y al pie de la astabandera esculpió en yeso la imaginaria efigie de Cuauhtémoc, el Tlatoani que cayó vencido con dignidad en 1521, después del sitio de 80 días a que fue sometida Tenochtitlán.

El parque, frente a la escuela Enrique C. Rébsamen, contó con andadores, árboles, pasto, flores silvestres, y en el redondel del kiosco colocó sobre pedestales, los bustos en yeso de un metro de alto, en homenaje a Hidalgo, Morelos, Juárez y Carranza. Cada figura remitía a un pasado cívico de héroes patrios, luchas libertarias y justicieras. La congregación totonaca todavía conservaba rasgos de comunidad provinciana de alma prístina y apacible, dependiente de Coatzintla.

En el plafón del kiosco de 7.40 metros de diámetro, con creatividad y tenacidad pintó en acrílico/politec, un poema de tema ecuménico que denominó: “Evolución y destino de la humanidad”. Este mural, constituye el primer contacto de la población con la creación plástica en el municipio fundado el 20 de noviembre de 1951.

Su orientación temática compendia un mensaje de arte, historia, belleza y reflexión, donde el autor plasmó su ideología, su compromiso de libre pensador y le apostó al predominio del pacifismo.

Al centro del mural, enmarcado por un hexágono, tres figuras desnudas forman un triángulo: una mujer con un niño en el brazo izquierdo simboliza la reproducción, y en el otro brazo el verdor de un árbol, la naturaleza benigna. Un hombre porta un telescopio y una esfera celeste, instrumentos de la ciencia y la técnica. Y otro, una lira en una mano y en la otra una paleta, pinceles, una máscara de teatro antiguo y un trofeo. En el centro, signos del átomo, protones, neutrones y electrones, para especificar que el hombre es materia y espíritu.

En el contorno de una circunferencia formada por 12 triángulos, plasmó una familia y el hombre mostrando en la palma de la mano el “fuego nuevo”, autorización para que continúe viviendo otros 52 años. Un castillo medieval, choque de dos culturas antagónicas y la esclavitud bajo el látigo del capataz. Una vagina, óvulos y espermatozoides: la reproducción. Un árbol frondoso proveedor de oxígeno, madera y frutos. Una montaña rica en minerales. El vasto seno de los mares azules. El sol centro del sistema planetario. Tres rostros que con su aliento hacen girar 4 aspas de una hélice. La bóveda celeste cuna de nubes, vientos, lluvias y ciclones. Un mapamundi.

Subyuga el trazo firme y colorido en el que se advierte un reclamo por el hongo que enlutó a la humanidad en 1945 con el estallido de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Una cruz gamada en ruinas. La reunión de los líderes mundiales para definir acuerdos que permitan la vida dentro de un nuevo orden económico y político, pacífico, justo y humanitario.

Por el mensaje estético de excepcional interés que reseña la huella del hombre en su evolución, el maestro Mayagoitia no solicitó ninguna retribución adicional. Corazón magnánimo, filantropía callada. El espléndido mural rubrica su obra paradigmática, propia de una ciudad que acechaba con cautela el porvenir.

El pintoresco parque Cuauhtémoc de la colonia Ávila Camacho, fue inaugurado por el director general de Petróleos Mexicanos, el 12 de noviembre de 1955 con gran regocijo popular. Fue determinante el impulso de la empresa descentralizada, la organización sindical, la autoridad municipal, el patronato, y la contribución de los vecinos que aportaron las bancas de granito, con el nombre del donante en el respaldo.

Al poco tiempo, el mural fue víctima del vandalismo de los párvulos morbosos que competían lanzando bolas de lodo a los tres desnudos, y la complicidad de las parvadas de palomas depredadoras.

Al concluir su ciclo la dirigencia petrolera logró renovar la comisión de los misioneros. Hasta que los maestros tuvieron que irse dejando una honda huella de bondad, admiración y gratitud por su labor encomiable. El maestro Mayagoitia resolvió permanecer aquí.

En 1955 era catedrático de dibujo en la Secundaria Salvador Díaz Mirón.  Una temporada trabajó en Pemex bajo la dirección de Juan José “Popi” Valladares. En 1957 pintó un mural imbuido de la doctrina filosófica del gnosticismo en el recinto de la Logia Masónica “Redención No. 29” en calle Perú esq. Costa Rica, colonia Merino (27 de septiembre).

Sensible a la injusticia y el dolor humano, se involucró en la lucha por la democracia sindical y municipal, al punto de ser perseguido político a fines de 1958, por lo que un correligionario se arriesgó a sacarlo de la ciudad dentro de la cajuela de su auto. El grupo en el poder rodeó su mirífica obra con una cruel indiferencia, pero los fulgores del arte, en cualquier lugar trascienden venciendo egoísmos. Aunque, a decir verdad, el tiempo inexorable jamás perdona.

Los 4 bustos de yeso en el redondel del kiosco, y el del señor de Tlatelolco se fueron deteriorando hasta su total aniquilación, por haber permanecido durante muchos años a la intemperie sin recibir el mantenimiento adecuado.

Dentro de los parámetros de las artes visuales y el tiempo, Poza Rica cuenta con tres murales públicos que enaltecen su imagen urbana: el de Javier Mayagoitia en acrílico (1955); el de Pablo O´Higgins (1958-59) en cerámica opaca (restaurado en dos ocasiones), y el de Teodoro Cano en altorrelieve, que data del año 2005 (en la fachada del edificio sindical).

En defensa del arte público es preciso anotar que han desfilado aproximadamente 30 presidentes municipales y ninguno ha vertebrado una política de rescate del patrimonio artístico. A la mayoría -profesionistas incluidos-, la cultura les ha parecido una banalidad. Rechazan la asesoría de especialistas en las distintas ramas de la administración pública, por lo que su desempeño ha sido deslucido y atónico.

Este valioso legado de mensaje nacionalista y universal, es una muestra de educación visual que debe salvaguardarse. El estado de conservación es deplorable. Los vecinos, testigos del injusto olvido, viven en el desasosiego y la indignación de que cualquier día lo eclipsen unos brochazos despiadados.

El mural realizado hace 67 años en el plafón del kiosco, se desvanece, en parte por el calentamiento del concreto en la cúpula. Los rastros sobreviven agotados por el tiempo, la depredación humana y la indolencia de las autoridades. Incuestionablemente, hay culpabilidad por omisión.

El mérito de don Javier permanece inadvertido, se discrimina su obra. Urgen trabajos de rehabilitación, mantenimiento y limpieza; es impostergable recuperar el trazo magistral que la pátina del tiempo ha ido devorando.

Hay que imprimir pinceladas acordes a la creación original para mitigar el daño, para que la obra artística recobre la línea, la policromía, la tonalidad y el mensaje de realismo, vigor y aliento.

Por Leonardo Zaleta

Cronista de la ciudad